Sutil Teatro de la Vida
Es noche, noche alta. Estoy solo en las Cataratas del Yguazú. El virginal aire del Parque Nacional – señor de todas las tonalidades de los distintos verdes de las hojas – y el arcoiris en plenilunio, en silencio, filtran mis sentidos hacia un lujoso espectáculo. Por un momento, cierro los ojos. Me detengo en la ruidosa sintonía de las invencibles aguas. En velos perennemente alineados, ellas se arrojan de las majestuosas alturas, escenario de magnífico teatro diseñado por Natura en una inconmensurable pantalla semicircular.
La sensación es la de estar frente al show de los tiempos. Anhelante, escucho más allá de mi respiración, de una sola vez, columpiados en intangibles sábanas de espumas, a un paso de distancia, el murmullo de todos los siglos; los estallidos de todas las bombas; el silbar de todos los azotes; el silencio de todas las lágrimas; el “arroz con leche”de todas las criaturas; la orquestación de la caricia de todas las manos en la apoteosis del amor y de la paz. Oigo nitidamente el despertar de las azucenas; el adiós de todas las hojas caídas; la disonancia de todas las ambiciones y mentiras; el rastreo de los lacayos; el estallido de Hemingway. Repercuten el diapasón de la verdad; el eco de todos los verbos; los versos de todos los poetas; el suplicio de todas las ejecuciones y de todas las selvas en llamas; el cantar de todas las aves y grillos; el zumbar de todas las cigarras y la sinfonía de todos los sapos. Puedo distinguir aún los motores de todas las fábricas; el silbido de todos los vientos; el ladrido de todos los perros; la ondulación de los océanos; el ruido de todas las puertas; las gotas de todas las lluvias; los minuteros de todas las horas; los pregones de todas las bolsas. Voces fuertísimas acusan, otras, pianísimas, perdonan. También arrullan allí los suspiros, muchos suspiros de esperanzas perdidas; sollozos postreros de los que parten, llantos de los que quedan y la triste melodía de todas las añoranzas. Todo delante de mí, vibrando rítmicamente y desparramándose para siempre, irreversiblemente, en sonora y armónica sincronía rumbo a la eternidad de todos los más allás, de todos los misterios, de todas las dudas, de todas las búsquedas. Y yo, público espectador.
En una mezcla de éxtasis y miedo, dominado por la sinergia existencial, resuena dentro de mí el temblor de abisal distancia entre lo que pensaba ser y todo lo que existe más allá de los remansos de los ríos. Abro los ojos y miro al arcoiris envuelto en espesa niebla , que flota, acunando el baile de la golondrina nocturna. Él me dice:
- Es todo. Con todos los colores visibles e invisibles...
Arrebatado, me dejo aletear en las alas de una mariposa azul. Flotando más adelante, allí cerca, veo las candilejas silenciosas del encuentro de las aguas de los ríos Yguazú y Paraná. Luego del profundo abrazo – hermanadas en nuevo y único lecho, que conduce el auriverde de Brasil para márgenes de otros parajes -, velos plateados lentamente ocultan la luna, oscureciendo la noche y quitándole a las aguas su color de plata.
Miro de reojo el arcoiris que se desvanece. Las luces del teatro se van apagando inapelablemente y las primeras luciérnagas sentinelas se presentan, titilando el encanto de sus bujías en los imperceptibles vericuetos de la oscuridad.
Las hojas de la arboleda bajo la cual me encuentro desde el comienzo del espectáculo hace mucho están lloviznando sobre mí los copos emanados de espumas tiradas por soberbias piedras. Estoy mojado, y mi cigarrillo, amargo, exhala su veneno, ahuyentando los afables y receptivos quatíes que estaban merodeando. Estoy de vuelta. Siento el mal aliento de la Civilización.
Y una vez más, Dios fue aplaudido.
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Um comentário:
Viagem maravilhosa pela Eternidade em um só lugar, em uma noite apenas.
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